En primer lugar, agradecer a un gran amigo que aunque «dice» que nunca lee blogs (gracias por leernos), nos envía estas joyas, que nos permiten hablar de temas bastante serios en clave de humor.
En segundo lugar, comentar para evitar que alguien se sienta ofendido, que no se critica a nadie en concreto. La crítica va directamente enfocada a la tendencia actual gastronómica y por supuesto, entendiendo siempre que es mi opinión (aunque cada vez veo más gente que la comparte). Una vez dicho esto nos metemos en faena.
Fue Miguel de Unamuno el que dijo «el progreso consiste en renovarse». Esta máxima es aplicable a todos los campos, y la cocina no es una excepción, donde la experimentación sobre nuevos sabores, texturas, etc, etc, etc… hace del arte culinario algo vivo y todo esto está muy bien hasta que empiezan a tomarte el pelo.
Me parece correcto pagar una suma de dinero superior a lo normal por degustar las excelencias de un gran chef. Lo que no me parece tan bien es que una vez sentado a la mesa, aparezca un camarero con una fuente (porque más que platos son fuentes), con la muestra de comida en el centro o bien un poco ladeada para crear un ambiente equilibrado y armonioso, adornada con una obra maestra pictórica realizada íntegramente con vinagre a la miel de abejas eunucas del Tibet.
Yo personalmente soy de los que pienso que cuando voy a comer, quiero comer y cuando quiero ver arte, me voy al Prado o al Reina Sofía y esta nueva tendencia en la cual intentamos mezclar arte (y entendemos por arte tanto pintura como escultura) con gastronomía, resulta un insulto para la inteligencia del comensal, aunque tendría que excluir de esta crítica los menús de degustación, porque si bien cada plato es más bien escaso, se compensa con el hecho de que lo mismo pruebas siete u ocho platos durante la degustación.
Pero el tema no acaba aquí, ya que como ni la presentación, ni los adornos, ni siquiera la genialidad de la creación o exclusividad de la misma justifican el precio desorbitado, necesitan de un suplemento adicional y ahí es donde entra en juego la dialéctica. Nos engañan con rebuscados tecnicismos como «caldo de primavera acompañado de sisas de fantasía de pasta» en vez de decir «sopa con fideos», lo que hace que el plato multiplique por diez su valor.
Por último y por no extenderme más, un ejemplo a la inversa a modo de reflexión:
Supongamos que nos vamos a cenar a un restaurante de lujo y tras una cena plagada de manjares y exclusividad, el camarero nos trae la cuenta. Miraremos el importe, sacaremos una amplia bandeja sobre la que ponemos un billete de veinte euros, sobre este dos monedas de dos euros y una de un euro.
Cuando el camarero se acerque y compruebe la diferencia entre el importe de la cena y el efectivo depositado sobre la bandeja entablaremos una conversación de lo más educada:
Camarero: Disculpe, caballero, me temo que se ha producido un error con el importe.
Comensal: De ninguna manera, le he dejado una “deconstrucción de cilindros bimetales en perfecto equilibrio, sobre una fina base de celulosa impregnada con suaves toques de pintura azul pastel”, equivalente al importe de la cena.
¿El camarero quedará satisfecho viendo que el importe depositado no es un pago sino una gran creación, o por el contrario nos exigirá los doscientos setenta y cinco euros restantes?
Os dejo otro vídeo simpático sobre la misma temática, que parece ser que da para mucho…
Vía: SiD